Corrían los años 70, y en un pequeño pueblo de la sierra salmantina, Monsagro. Un joven emprendedor, Laurentino Arnáez, conocido en la comarca como “Tino”; forjaba ya, la que en un futuro próximo sería su profesión de “carnicero”; profesión que bien podríamos decir llevaba en la sangre.
Con su 4L, compañero inseparable, visitaba periódicamente pueblos y aldeas salmantinos y extremeños, donde compraba ganado, su materia prima, para poder hacer sus pequeñas matanzas artesanas.
Laurentino, nunca se encontró solo en esos momentos difíciles y duros que supone, en sus comienzos, todo trabajo emprendido. Su esposa, Rosa Gómara, trabajadora nata, aportaba su trabajo y sus reconocidos conocimientos culinarios en la elaboración del embutido ibérico. Había que sacar adelante a cuatro hijos, por eso, el trabajo lo hacían con ilusión, robándole tiempo al sueño y al descanso.
El producto elaborado artesanalmente, era muy cotizado y se ponía a la venta en la tienda familiar montada con este fin. Se hacía imprescindible darle también una salida a un mercado más amplio. Poco a poco, la calidad del producto les permitió conseguir su propia clientela en los pueblos de los alrededores.
La entrada en la Comunidad Europea, y las consiguientes exigencias administrativas, obligaron a realizar nuevos planteamientos.
En los años 90 se crea, en colaboración con los hijos, EMBUTIDOS Y JAMONES TINO S. L., pequeña empresa de carácter familiar.
El ideal de Florentino y Rosa, es hoy una moderna empresa, cuyos productos han sabido conjuntar el valor de la tradición artesana y las modernas técnicas de control de calidad y seguridad alimentarias.
Hoy la marca "Tino" desborda ampliamente las fronteras provinciales y cuenta con clientes asiduos en toda la geografía peninsular, dedicando también una parte de su selecta producción a la exportación. Aunque algo no ha cambiado: el espíritu de trabajo y dedicación.